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“Qué desgracia que Petro haya llegado a la Presidencia”; “Qué hacemos para que esta pesadilla se acabe cuanto antes”.
Estas dos frases se escuchan, cada vez con más frecuencia, a donde uno va, como consecuencia de la preocupación y de la fatiga que generan en millones de colombianos este gobierno errático, ingenuo, incauto, sin norte, radical. Que está convencido de que nada de lo que existía en Colombia antes del 7 de agosto del 2022 servía y, por lo tanto, hay que arrasar con todo.
Aunque comparto esas preocupaciones, no milito entre quienes se flagelan porque Petro accedió a la Presidencia y, menos, entre aquellos que sueñan con que el hombre no concluya su mandato.
Respecto a lo primero, en el 2022 y luego del estallido social/delincuencial, Colombia era una olla de presión a punto de estallar. La única forma de desactivar esa bomba era dándole la oportunidad de gobernar a quienes promovieron el estallido social/delincuencial. Que, además, se ‘vendían’, como los únicos capaces de solucionar los problemas que existían en el país.
Era imprescindible que esos que eran tan buenos para criticar, para alborotar y para sabotear, mostraran que tan eficaces eran para manejar el país. La elección de Petro fue, pues, una peligrosa pero necesaria válvula de escape. El resultado está a la vista.
Y en cuanto a lo segundo, cada uno de los colombianos debe velar por que Petro complete el mandato para el cual fue elegido y gobierne hasta el 7 de agosto del 2026.
Primero por simple coherencia. Quienes le exigimos al presidente que no recurra a atajos ni a caminos extralegales para sacar adelante sus reformas ni para prolongar su mandato, no podemos andar promoviendo salidas extralegales para sacar a Petro de la Presidencia.
En segunda medida, a Petro hay que dejarlo gobernar para que siga metiendo la pata, a ver si los colombianos aprendemos de una vez por todas que una cosa es hacer oposición y otra muy diferente administrar un país.
Y entendamos que no es buena idea elegir gobernantes radicales e ideologizados que anteponen sus prejuicios y sus resentimientos a cualquier decisión que tomen y a las necesidades del país.
Es claro que Colombia va a pagar un costo muy alto por estos cuatro años desastrosos. Y lo peor es que ese pueblo al que tanto invoca Petro y al que reiteradamente dice defender, el que va a pagar un precio mayor.
Colombia va a pagar un costo muy alto por estos cuatro años desastrosos. Y lo peor es que ese pueblo al que tanto invoca Petro y dice defender, el que va a pagar un precio mayor
Para comenzar, este gobierno va a entregar un país sumido en una crisis energética sin precedentes. Lo que implicará que o la gente se va a quedar sin servicios fundamentales como el gas, o va a tener que pagar un costo mucho mayor para poder acceder a ellos.
Todo por el embeleco de frenar la firma de nuevos contratos de exploración de petróleo y de gas, con el propósito mesiánico de convertirse en el adalid mundial de la transformación energética y del cese de la utilización de combustibles fósiles.
Desde hace varios años los distribuidores de gas natural vienen advirtiendo sobre el agotamiento de las reservas de este combustible en el país. Lo cual es muy grave porque 12 millones de hogares de Colombia, unas 36 millones de personas, cocinan con gas.
Ante semejante riesgo, cualquier gobierno responsable hubiera incentivado la búsqueda de nuevos yacimientos de gas que permitieran garantizar su abastecimiento a futuro. Pero este, que no es un gobierno responsable, hizo todo lo contrario.
Resultado: Ya Ecopetrol anunció que para el 2025 las existencias de gas solo alcanzarán para cubrir el 75% de la demanda. El 25% restante tocará importarlo. Lo que necesariamente implicará un aumento sustancial en la tarifa que los colombianos pagamos por este combustible.
A los ricos, pagar $50.000 más en su factura de gas no les hace ni cosquillas. Los que van a sufrir son los hogares de escasos recursos para los cuales un aumento importante en el costo de ese servicio vital constituye un duro golpe
Otra nefasta herencia que Petro le va a dejar al país va a ser el deterioro progresivo del sistema de salud, propiciado por un gobierno empeñado en acabarlo, para imponer un modelo estatal.
Hasta hace un par de años, en todas las encuestas que se hacían, una inmensa mayoría de los colombianos manifestaba sentirse satisfecho son ese servicio. Y es natural, Colombia tenía un cubrimiento casi universal en ese servicio, mientras hasta 1993, cuando se expidió la ley 100, menos del 30% de la población estaba cubierto en salud.
No en vano en el ranking la Organización Mundial de la Salud, el sistema colombiano estaba entre los 30 mejores del mundo.
Nada de eso le importó a Petro, a quien le crispa que el sector privado intervenga en el manejo de la salud. Su única obsesión es excluir a los privados del sistema, así ello implique que los colombianos tengamos que volver a padecer un sistema ineficiente y corrupto como el que tuvimos en épocas del Seguro Social.
Otro daño que será muy difícil de reparar, generado por la terquedad, el desconocimiento y la improvisación que este gobierno, es el profundo deterioro de la seguridad en la mayor parte del país.
Por cuenta de la utópica paz total y de la decisión de no combatir los cultivos ilícitos, los grupos armados han crecido exponencialmente, se han enriquecido y se han envalentonado.
Al punto de que en los últimos meses han vuelto a atacar importantes guarniciones militares, lo que no ocurría desde las épocas del Caguán. Tristemente, en esta materia Colombia retrocedió 30 años.
Ese es el país que va a recibir el sucesor de Gustavo Petro: una violencia disparada, una profunda crisis energética y un sistema de salud al borde del colapso.
A pesar de ello, sigo pensando que vale la pena pagar ese costo si este desastre sirve para que los colombianos entiendan que mejorar la situación de un país es muy difícil, pero agravarla es muy fácil. Y para que aprecien el enorme peligro que constituye llevar a la Presidencia a una persona empeñada en destruir todo lo que se hizo antes de él.
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