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Reconózcase a “el pegote” como ese novio que uno tenía y que ni la mamá ni nadie quería. Así bautizó ella a esos novios “nada que ver” de mis amigas o el mío de la época de colegio o de universidad; esos de los que uno se enamoraba perdidamente, hasta que aprendía con lágrimas y rabia la lección.
¿A qué viene el cuento? Bueno, es que ya me ‘maratonié’ la nueva temporada de Emily en París, una serie de Netflix que me ha tenido siempre atrapada porque mucho tiene que ver con el amor y los tropezones que uno se da en ese sentido a lo largo de la vida, combinado con el desarrollo profesional y los cambios que van llegando. Es muy divertida.
El chef Gabriel, el gran amor de Emily y viceversa, era el hombre soñado: bueno, trabajador, romántico y bastante débil de carácter, pero chévere, hasta que lo conocimos más en esta nueva temporada. No les revelo mucho, pero es que ese enredo que se arma entre el chef, su exnovia embarazada de él, más la novia con la que ésta le puso los cachos (sí, así como suena) y el noviazgo con Emily en medio de ese ‘arroz con mango’, para mí ya lo gradúa como un pegote. Pero como la vida nos sorprende cuando más lo necesitamos, apareció su reemplazo de inmediato. Marcello, un italiano estupendo y quien inspiró estas líneas porque me trae recuerdos maravillosos que emergieron en medio de mi felicidad viendo los nuevos capítulos.
El reemplazo del pegote es ese que llega como caído del cielo, cuando todo se ve y se siente oscuro, triste, sin sentido… ¡está uno desolado! Pareciera que nadie en la tierra pudiera reemplazar a semejante maestro que es el pegote -hay que llamarlo como se merece- y no se ve por ninguna parte quién pudiera reemplazarlo porque nadie es como él, así sea un espanto de persona; inclusive, y lo peor de todo, es que generalmente uno sabe que ese no es el apropiado, pero -como se dice en el argot popular- uno está pegado de un moco. Suena horrible pero así es. Entonces, de un momento para otro llega ese personaje que es como un oasis de felicidad, de alegría que calma el dolor, que le pone energía a nuestra vida, que le vuelve a mostrar a uno que nuestra existencia tiene luz y que brilla con toda su intensidad.
¿Saben cómo se identifica el reemplazo de pegote? Porque uno está pasándola feliz, se ríe sin parar, baila como pirinola y al mismo tiempo está… ¡acordándose de “el pegote”! ¡No puede ser!… pero así es. Uno se pregunta en medio del frenesí por qué con el pegote las cosas no pueden ser así de lindas. Esa es la cruda realidad, pero al mismo tiempo comienza a sanar la herida que nos dejó ese ser que nos hace decir con los años: pero y yo qué hacía ahí, por qué me enamoré de semejante horror de persona, qué me pasó. Sencillamente necesitaba aprender, corregir y también desaprender. Tremendas lecciones.
Comienza a sanar la herida que nos dejó ese ser que nos hace decir con los años: pero y yo qué hacía ahí, por qué me enamoré de semejante horror de persona, qué me pasó
Es que con el reemplazo del pegote empieza uno a mirar cosas de la vida que había olvidado: lo simple, lo delicioso y lo gratificante; comienza a salirse de la rutina… tantas cosas. Pero eso sí, hay que ser honestos y contar el panorama emocional en el que cada uno está. Es mejor, aunque nunca falta el que está dispuesto a mostrarnos que en la vida hay personas que bien valen la pena y se lanzan a la conquista en pleno. En este punto ya los especialistas, sicólogos, coaches de vida y hasta siquiatras deben estar diciendo: “esta señora se chifló; es mejor no enrolarse en otra relación”. ¿Pero saben qué? ¡Invito a mis lectores entusados a que en ocho días que se celebra el Día del Amor y la Amistad en Colombia, no se apresuren a buscar a nadie, porque el reemplazo del pegote llega en el momento que toca! Pero si ya lo tienen, gócenselo, disfruten, ríanse, bailen… ¡vivan! porque está comenzando su sanación y, eso sí, trabajen en ella para que no se les repita la historia.
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