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Para preparar un buen caos hay que tomarse su tiempo, ver que las bacterias hagan lo suyo en cuanto a descomposición y corrosión se refiere; dejarlo madurar es lo primero para que adquiera una textura firme, añeja, porque todos sabemos que un caos fresco, reciente, no es eficaz y poco alcanza para conseguir el perjuicio necesario, ese perjuicio que es generalizado, confuso, como un daño cancerígeno que cuesta volver atrás.
Hay quienes prefieren preparar el caos desde afuera, aunque no es extraño hacerlo desde adentro, mezclándolo bien en el ojo mismo del huracán. Y aunque siempre viene a ser casi la misma cosa que desorden, confusión, desbarajuste, barullo o incoherencia, los efectos varían según se quiera que la destrucción sea total o casi total y de acuerdo con la mezcla de ingredientes que se agreguen.
Los mejores cocineros de un caos son sin duda los que no prevén bien los efectos, los que están tan solo animados por ver y hacer destrucción, la mayor que se pueda, poder apreciar los fragmentos volando, la basura colmando, la represa quebrándose de apoco hasta la gran inundación.
En dosis abundantes hay que poner mentiras, medias verdades, odio, mucho odio; nitroglicerina abundante con toque de menosprecio, naufragio, desengaño, vanidad, desazón, egoísmo, ceguera, irracionalidad, insulto, desmemoria, dolor, violencia. No basta que sea acre o virulento, un sólido caos tiene que tender a ser irreparable, a levantar todas las capas de la tierra o de la piel, disponer el nivel más alto de aridez en búsqueda de que no crezca hierba nueva.
Que se muevan las motos, los taxis, los camiones, los buses, que se sumen los profes, los empresarios, los ejércitos, las bandas, los partidos, los ricos, los pobres; que paren, “que paren las mulas”
Que se muevan las motos, los taxis, los camiones, los buses, que se sumen los profes, los choferes, los empresarios, los ejércitos, las bandas, los partidos, los ricos, los pobres y los miserables; que paren, “que paren las mulas”, que para la abuela, que la gente venga extraviada, que se abastezcan machetes y palos y piedras, que se desocupen las arcas, que suba el humo y se vuelva fuego, que corra el ácido, el asombro, que se partan más las calles y se separen más las tierras y se confundan las lenguas.
A la distancia y desde el balcón con el sabor de boca de un buen vino, es cómodo platicar de hutus y tutsis, de los Balcanes, ver a serbios y bosnios, darle vuela a un largo análisis de Ucrania, de Rusia, de Haití, o de hasta de Troya. Entretanto nuestro caos se cuece en el horno, se percibe su aroma, hay que poner la mesa, afilar los cuchillos y alistarse a devorar, o a ser devorado.
¿Alguien va a parar en algún momento todo esto?
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