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Las tres condiciones que benefician a los consumidores en relación con los bienes y servicios que adquieren o desean adquirir son: el precio, la calidad y la idoneidad.
La competencia entre empresas es mucho más efectiva que la intervención y el control estatal, para asegurarlos.
El Precio
El precio que se paga por un producto o servicio es la retribución económica a quienes lo han producido y distribuido. En una economía de mercado, los productores buscan maximizar su beneficio. Sin embargo, en este tipo de sistema, la competencia evita que esos beneficios se obtengan a través de precios excesivamente altos. La cantidad de dinero que los empresarios recibirán no depende solo del precio al que venden, sino también de cuántos clientes los eligen. Así, el riesgo de que los compradores prefieran a un competidor obliga al empresario a reducir sus precios tanto como sea posible, hasta el punto necesario para no perder clientes. Por lo tanto, el precio final es el resultado directo de la intensidad de la competencia.
Podemos confiar en que una competencia intensa es el mejor garante del precio más bajo posible. Además, la competencia también impide que los precios bajen tanto que haga inviable la producción o distribución del producto. Los empresarios actúan como medidores precisos que saben cuándo un precio no puede reducirse más sin hacer antieconómica la producción o distribución.
La Calidad
La calidad de un producto es la suma de las características cualitativas de su diseño, materiales, componentes, instrucciones y facilidad de uso. Lograr una alta calidad requiere invertir en tiempo, recursos, ingenio y conocimiento, además de una coordinación meticulosa para que todo esto se refleje en el producto final que llega al consumidor.
Los empresarios están en la mejor posición para lograr esto, ya que, como competidores, saben que si no ofrecen la mejor calidad posible, los consumidores preferirán a sus rivales. Además, la competencia tiene un elemento dinámico que la regulación estatal no puede igualar: la calidad está en constante mejora porque la competencia nunca se detiene.
La Idoneidad
Un producto es idóneo cuando cumple de manera precisa con las necesidades específicas del consumidor. Es decir, cuando es exactamente lo que se estaba buscando. Para lograr esto, el producto debe tener una gran cantidad de características específicas en cuanto a sus funciones, las condiciones en las que puede operar, su calidad, colores, presentación y otros aspectos que el consumidor valora.
Al igual que con la calidad, alcanzar la idoneidad requiere esfuerzos e inversiones en investigación y desarrollo, no solo para mejorar el producto, sino también para entender las expectativas de los consumidores, que son variadas y cambian con el tiempo. Esta investigación solo ocurre cuando los empresarios tienen la libertad de competir, lo que les permite crear productos idóneos que los consumidores prefieran.
¿Qué pasaría sin competencia?
En ausencia de competencia, no existiría el estímulo necesario para que la venta de productos resultara en empresas exitosas. Sin este incentivo, los innovadores, estudiosos y creativos no tendrían motivos para desarrollar los productos que necesitamos, ni para encontrar maneras de hacerlos asequibles para todos. Esto nos dejaría en la peor situación posible, en la que los bienes y servicios que deseamos o precisamos, nisiquera, nunca, llegarían a existir.
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